Soy un férreo creyente de la unidad cristiana. Como entiendo las cosas, un mundo donde haya unidad en el Cuerpo de Cristo es claramente más deseable que uno donde la Iglesia sea una masa amorfa de divisiones, pleitos y disputas. Por supuesto, la deseabilidad de un mundo no es cuestión unilateral de Dios Creador. Para aquellos que afirmamos que Dios ha creado un mundo con cierta autonomía y capacidades creativas intrínsecas, donde los humanos posean genuina libertad, la cooperación humana para alcanzar la unidad es una condición necesaria para la misma.
Esto quiere decir que, en cierto sentido, debemos buscar la unidad nosotros. Dios no lo hará todo sobre esto. Somos responsables de reconciliarnos con el prójimo y de evitar en la medida de lo posible la fragmentación del Cuerpo. La alternativa, según el anterior razonamiento, es defender la inverosímil afirmación de que un mundo donde la Iglesia esté dividida es mejor o igual respecto a un mundo donde la Iglesia esté unida.
Así que hemos visto a grandes rasgos una razón para la unidad cristiana. El argumento es desarmadamente simple, sin complicaciones innecesarias ni tecnicismos insufribles. La negación implica un alto costo racional y teológico. ¿Por qué, entonces, la unidad es tan difícil?
Estoy seguro que las razones de esto son solo secundariamente intelectuales. Pueden serlo, pero solo secundariamente. La principal razón tampoco puede ser el tan mal usado “amor por la verdad”: Cuando Jesús oró por la Unidad, su énfasis fue el amor, no la uniformidad epistémica o doctrinal. Como dice Juan 17: 21- 23,
(…) para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
Eso no menosprecia la importancia de la “sana doctrina” (lo que sea que eso signifique) dado que el propio Jesús le pide al Padre antes que “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad (v. 17). El asunto es que Jesús se refería a sus enseñanzas dadas a los discípulos (v. 8), lo que anula las apelaciones a algo fuera de la “Palabra de Dios” como requisito para la unidad cristiana. Así que debería ser posible que los cristianos estemos unidos, aunque desarrollos teológicos posteriores implique la división doctrinal.
Ahora bien, comprendo que para los cristianos de diferentes denominaciones la “unidad” puede tener objetivos diferentes. Por ejemplo, como yo lo entiendo, la unidad es principalmente una cualidad que tiene como condición suficiente el amor cristiano que cubre multitud de faltas, pero puede haber o no acuerdo doctrinal (de cuestiones no esenciales). Pero otros cristianos seguramente están en desacuerdo con esto. Por ejemplo los católicos romanos, hasta donde sé, ven en el ecumenismo una vía para la unidad que terminará finalmente en la adhesión de los diferentes cristianos a la Iglesia Católica. Y es en este punto que me gustaría distinguir entre la meta de la unidad, y el proceso de la unidad. Aunque los protestantes y católicos que busquen la unidad puedan tener metas diferentes, el proceso puede ser lo adecuadamente similar como para mantener activa el deseo y búsqueda de unidad en el Cuerpo en este mundo. Así pues, incluso para los cristianos que tienen distintas visiones de lo que significa estar unidos, la unidad sigue siendo posible en la práctica. De hecho, me atrevo a sugerir que la genuina unidad se puede lograr si y solo si hemos admitido previamente las diferencias que nos separan. Si se admiten entonces se habrá dado un primer paso para trabajar sobre ellas.
Así pues ¿qué propongo entonces? Mi resolución ante esto es personal, por lo que no debe verse como un manifiesto o como una representación de los pensamientos protestantes en ningún sentido. Mi resolución es que podemos encontrar un lugar seguro y confortable para la unidad en el Credo Apostólico y el Mero Cristianismo. El Credo Apostólico es una declaración suficientemente temprana de las creencias cristianas como para contar como una conexión histórica con el cristianismo primitivo. Por su lado el Mero Cristianismo, que es el conjunto de proposiciones comunes a todas las denominaciones cristianas, es un lugar seguro para la actualidad, donde ha habido tantos desarrollos teológicos de diferentes tipos, formas y colores.
¿Es esto viable? No veo por qué no. Esto no busca subvertir el hecho de que somos diferentes. De hecho, al considerarlo, este tipo de enfoque puede ser altamente deseable. Parece un axioma básico de nuestras intuiciones que la diversidad es un fenómeno maravilloso. Amamos la diversidad cultural como algo digno de cuidado y aprecio; nos maravillamos ante la diversidad de fauna y flora de nuestro planeta. Nos sorprendemos ante el desarrollo y diversidad de la tabla periódica, donde el universo primitivo que consistía casi solamente en hidrógeno y helio, se ha desarrollado en lo que hoy tenemos: una acumulación fantástica de elementos. También consideramos dignos de reconocimiento la diversidad natural de los humanos mismos: Diversidad racial, cognitiva, social. Nos alegramos de que nuestros amigos no sean idénticos a nosotros, sino en crecer personalmente a través de la interacción con personas diferentes. Y finalmente (aunque tal vez menos evidente), se considera que la diversidad epistémica sobre los diferentes asuntos académicos es una virtud porque permite el avance de la ciencia o del conocimiento en general.
¿Es esto comparable a la diversidad teológica? No veo por qué no, al menos respecto a los datos no revelados definitivamente en la Sagrada Escritura. Así pues, encontramos que la diversidad es un fenómeno en realidad deseable. Y también lo es la unidad. Por tanto, parece justificado considerar que una unidad que reconozca la diversidad es más preferible que una que busque someter todo bajo cierta autoridad particular.
En cualquier caso, lo que he defendido aquí ha sido principalmente mi deseo por la unidad, la unidad que el Señor Jesucristo también le pidió al Padre. ¿No quisieras unirte al Señor en su deseo por la unidad? Nunca es tarde para ello.
Con esperanza,
J.
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